jueves, 9 de enero de 2014

HISTORIAS DE GNOMOS - EL DIAMANTE NEGRO - RUBÉN CABRERA


HISTORIAS DE GNOMOS - EL DIAMANTE NEGRO


En 2010, el Grupo ALMA (Amigos, Literatura, Memoria y Acción), al cual pertenezco y que funciona desde el Club Unión de Del Viso, Social, Cultural y Deportivo, presenta en sociedad la Colección ALMA, Diez libros de diez autores de Pilar. Bajo el lema "Es primavera y en Del Viso florecen libros", el 27 de noviembre, ve la luz "El diamante negro", una novela de fantasía heroica, autogestionada, tal como los otros nueve libros, editada por Zeit Ediciones y cuya tapa ilustró Kripto, dibujante que actualmente colabora con El Diario Regional de Pilar.

"El diamante negro" sería el primer libro de una saga que continuaría con "El libro nunca escrito" y que finalizaría con "El cristal ardiente" o "El espejo ardiente". Se busca editorial importante. 


DIBUJO ORIGINAL DE KRIPTO


CÓMO NACIÓ EL DIAMANTE NEGRO: Fue una propuesta que me hizo la gente de Distal. En ese momento aparecía el libro "Gnomos" o "Gnomes", en inglés, de tapas duras, papel ilustración y unos dibujos extraordinarios. Como hay un público cautivo que consume este tipo de literatura, la propuesta fue que yo escribiera una historia sobre gnomos y que la ilustrara un dibujante extraordinario, Claudio Atrio, de Aldo Bonzi, cuyos dibujos de gnomos alcancé a ver y me parecieron maravillosos. Pero, cuando se avanzó en el tema, privó la parte económica: era muy costoso hacer acá un libro como "Gnomos". El proyecto se suspendió, pero yo seguí escribiendo el libro, que finalmente se publicó en noviembre de 2010 en la Coleción ALMA de Del Viso. 

PRIMER CAPÍTULO DE EL DIAMANTE NEGRO

I

    En la apacible aldea subterránea del bosque de hayas del Valle de Aquende la vida de los gnomos podría haber continuado tranquila y rutinaria por cien o doscientos años más, tal vez por quinientos años más; tal vez por siempre, si ese atardecer de octubre no hubiese regresado Surko montado sobre el cuello de Nivis, el águila blanca real, luego de haber sobrevolado, como se estilaba una vez por semana, el Valle de Allende, más allá de los altísi­mos picos nevados de las Montañas Dwarfs que separaban ambos valles, con una noticia estremece­dora: un ejército de trolls, tal vez ochocientos, tal vez mil, tal vez muchos más, ya que había sido im­posible establecerlo con precisión, estaba socavando un túnel en una ladera de las Montañas Dwarfs, del otro lado del valle de los gnomos, tratando de sentar un paso hacia este pacífico y acogedor sitio jamás hollado por pie de criatura alguna, como no fuese por pie de gnomo o animal del bosque.
    Surko venía gritando, desparramando a voces la terrible noticia desde antes que Nivis, el águila blanca real, se posara suavemente en Nihil, la aldea de los gnomos en el bosque de hayas. Algunos gnomos ya se habían retirado a sus hogares subte­rráneos y otros permanecían aún en la superficie departiendo amigablemente, tratando temas tan di­versos como la recolección de hongos comestibles, la pesca en el Arroyo Dorado, que atravesaba el Valle de Aquende, la velocidad de un ciervo en pe­ligro o el romance de Terko y Ludmila, toda una novedad en la aldea, romance nacido al amparo de ese cálido clima del dorado otoño que comenzaba a insinuarse.
    Lo normal debería haber sido que Surko sobre­volara el lugar conduciendo a Nivis en silencio, saludando a los que estaban en la hierba con una leve inclinación de cabeza o agitando su mano iz­quierda en alto, mientras con la derecha inducía a Nivis a describir un círculo en el claro del bosque antes de aterrizar, sólo por demostrar su destreza en el manejo del animal. Luego debería saltar desde el cuello del águila, acercarse a los presentes, saludar nuevamente con el brazo derecho en alto y decir por enésima vez la frase que los gnomos venían escu­chando de su boca desde hacía años, cuando luego de encontrar a Nivis herida en un ala por una flecha arrojada por un hombre y luego de curarla, gracias a él, Surko, la aldea de los gnomos comenzó a contar con la invalorable observación, una vez por semana, de lo que ocurría en el Valle de Allende, más allá de las Montañas Dwarfs, donde moraban los trolls y otras criaturas aborrecibles que podían poner en peligro las vidas de los gnomos si alguna vez logra­ban atravesar esa inexpugnable muralla natural que conformaban los centenares de picos de más de quince mil metros de altura de las montañas men­cionadas.
    Esa frase, de ordinario, era: “¡Sin novedad en el Valle de Allende!”, y todos respiraban, entonces, aliviados. La aldea no estaba amenazada. El pací­fico mundo de los gnomos seguía a salvo. Era im­posible, como no fuera por aire, por algunos desfi­laderos a cinco o seis mil metros de altura, y con­tando con la ayuda de un águila blanca real, atrave­sar las Montañas Dwarfs. La gran cadena monta­ñosa no tenía ningún paso natural a una altura razo­nable, que uniera ambos valles y que pudiera ser utilizado por ser alguno. Pero, esta vez, Surko no esperó a estar en tierra. Desde más allá de las copas de los árboles más altos, las hayas de más de cua­renta metros que rodeaban el claro del bosque, venía gritando algo acerca de los trolls y de un túnel en las Montañas Dwarfs y frases tan preocupantes como “¡Pobres de nosotros!”, “¡Lo que nos espera!” y “¡Se viene una que ni les cuento!”.
    Antes de que Surko y Nivis aterrizaran, todo el grupo que aún permanecía en el claro del bosque ya estaba reunido en un solo punto, mientras Terko, alejándose de Ludmila por un instante, ingresaba a la aldea subterránea de Nihil para llamar al resto de los habitantes.
    -¡Cálmate! ¡Cálmate! -le dijo Kárkamal a Surko mientras le alcanzaba un recipiente con agua fresca -Terko ya fue a buscar a los que faltan. Mejor te tranquilizas y nos cuentas cuando estemos todos juntos.
    En ese momento empezaban a aparecer los demás gnomos, a emerger desde la aldea subterránea de Nihil desde diversos túneles que tenían sus bocas de entradas o salidas en árboles de troncos huecos a diferentes alturas, en raíces superficiales de compli­cada trama o al reparo de arbustos y rocas. Los dos­cientos siete gnomos de Nihil, incluyendo a Surko, ya estaban ahí. Entonces, brotaron de la boca de Surko las palabras que jamás querrían haber escu­chado. “Jamás de los jamases”, como diría Kárka­mal, el gnomo más viejo y sabio de toda la aldea de Nihil.
    -¡Los trolls están cavando un túnel en las Monta­ñas Dwarfs para llegar hasta nuestro valle son cerca de mil según mi primera estimación y obviamente ya que la semana pasada no hubo ningún movi­miento en este sentido recién han comenzado las tareas!- dijo de una sola vez, sin respirar, Surko.
    Después, bebió también de una sola vez toda el agua mientras los demás gnomos se ponían blancos como Nivis, el águila real. Enseguida sobrevinieron atropellándose las preguntas de los otros doscientos seis habitantes de Nihil hasta que con un grito auto­ritario Kárkamal acalló la vocinglería:
    -¡Basta! Dejemos que Surko cuente con detalles lo que vio y uno solo de nosotros le hará las pre­guntas que sean necesarias, o sea… yo. Habla, Surko. Cuenta los hechos con pormenores y en or­den cronológico.
    Así fue cómo Surko contó el principio de un hecho que habría de alterar la vida de la apacible aldea de Nihil durante mucho, muchísimo tiempo.
    -Como vosotros sabéis salí en las primeras horas de la tarde de ayer rumbo al Valle de Allende. El viaje es corto hasta las Montañas Dwarfs y atrave­sarlas es bastante sencillo si se cuenta con un medio de transporte tan valioso como Nivis. Llegué sin novedad al valle de los trolls un par de horas antes de que la oscuridad fuera total. Establecí mi cam­pamento, como de costumbre, en la Cueva de las Estalactitas, un lugar que vosotros no conocéis salvo por mis referencias, que se encuentra a una altura tal del valle que jamás podría ascender un troll y eso la hace tan segura para efectuar con tran­quilidad mis observaciones. Dejé ahí los alimentos, el agua y la manta que llevo para abrigarme durante la noche y observé el valle desde el borde de la sa­liente que conforma la entrada de la cueva. Lo pri­mero que llamó mi atención fue el bosque devas­tado, arrasado, los árboles quemados, todavía humeantes.
    -Los trolls y las otras criaturas despreciables del Valle de Allende se están quedando sin comida e incendian los bosques para que salgan los venados y así poder atraparlos. Las técnicas de caza de los trolls son tan elementales como ellos mismos -inte­rrumpió por primera vez Kárkamal.
    -Justo, justo lo mismo, ni más ni menos, pensé yo -terció Surko, tratando de hacerles ver a los demás gnomos que él era tan capaz de elaborar un buen razonamiento como el sabio Kárkamal.
    -Continúa -le dijo el viejo gnomo, restando im­portancia a la acotación de Surko.
    -Como los trolls, tal como es sabido, sólo se mueven en las horas de oscuridad, decidí entonces descender un poco más hacia el valle, con la ayuda de Nivis, antes del anochecer. Pero no pensé jamás que, salvo los bosques arrasados, encontraría algún otro signo preocupante de la actividad de estos seres abominables… hasta que descubrí el túnel, un túnel artificial, quiero decir, en la ladera de la montaña. El comienzo de un túnel, para hablar con exactitud. Fue entonces que volví a sobrevolar los bosques y entonces cambió mi percepción respecto a lo que había observado antes: muchos árboles están que­mados para espantar a los venados… pero muchísi­mos más han sido talados para utilizar la madera en el túnel.
    -Para apuntalar la galería -acotó Kárkamal, inte­rrumpiéndolo otra vez.
    -Sí, señor -continuó Surko-. Lo que quiere decir que no se trata de una simple cueva para ser utili­zada como morada, sino de un túnel, un verdadero túnel para atravesar las Montañas Dwarfs y llegar hasta nuestro valle.
    -¿Y pudiste establecer cuánto han avanzado en la obra? ¿Cuántos metros estimas que puede tener ya el túnel?
    -Por la cantidad de tierra y rocas extraídas y por el tamaño de la boca del túnel, estimo que puede tener ya unos cincuenta metros, más o menos.
    -Avanzan rápido; hace una semana ese túnel no estaba -acotó Kárkamal-. Lo que no han previsto es que sólo podrán socavar la parte superficial de la ladera de la montaña. Cuando lleguen a la roca, a menos que cuenten con alguna técnica avanzada, o sea con la ayuda de otros seres superiores, no po­drán seguir avanzando.
    -A menos que… -intentó agregar Surko.
    -A menos que sepan que en cualquier momento pueden tropezar con alguna de las innumerables galerías naturales que corren a lo largo y a lo ancho de las Montañas Dwarfs -completó Kárkamal.
    -Y siendo así… -intentó otra vez Surko.
    -Y siendo así -volvió a completar Kárkamal-, también es posible que encuentren en cualquier momento…
    En este punto dejó de hablar, con el rostro de golpe ensombrecido.
    -…el Diamante Negro -completó Surko mientras un estremecimiento recorría los doscientos siete cuerpos de los habitantes del pueblo subterráneo de Nihil.



    Terko y Ludmila se apretaron aún más las manos. Kárkamal enmudeció y cerró los ojos, sumido en negros, negrísimos pensamientos. Surko miró a to­dos y cada uno de los habitantes de Nihil con una mirada furtiva, como pidiendo perdón por lo que había narrado. Kárkamal abrió los ojos, palmeó con afecto la espalda de Surko, tratando de despertarlo del letargo en el que había caído, y lo instó a conti­nuar con su relato.
    -Sigue -le dijo mientras los demás reaccionaban y se disponían a escuchar el resto.
    -Luego de estas observaciones -continuó Surko -volví a la Cueva de las Estalactitas, aguardé hasta la noche y entonces sobrevolé otra vez, con mucha prudencia, la entrada del túnel. Ahí pude establecer que los trolls ocupados en este asunto son cerca de mil, ochocientos por lo menos,  y seguían llegando otros desde diversos puntos del Valle de Allende para sumarse a las tareas.
    -¿Los dirige algún…
    -¿Algún Jinete sin Cabeza? No, por lo que yo pude apreciar.
    -Lo que significa que Tenebrae…
    -Lo que significa que Tenebrae no está atrás de este asunto -concluyó Surko.
    -Por fortuna -agregó Kárkamal.
    -Por fortuna -repitió Surko.
    -¿Y luego?
    -Volví a la cueva; cené, pasé allí la noche, retomé las observaciones en la mañana y pasado el medio­día emprendí el viaje hasta aquí.
    -Hay que elaborar un plan. Hay que organizar la resistencia. Y hay que prepararse para la guerra, para matar y morir, si es necesario. Pero no hay que permitir que, de ningún modo, bajo ninguna cir­cunstancia, los trolls o cualquier otro ser descubran la gruta donde se encuentra el Diamante Negro -dijo Kárkamal, fogoso y decidido ahora, mientras el re­cuerdo de antiguas batallas le inflamaba el pecho y le daba a sus ojos un brillo especial. De golpe, su rostro, antes sombrío, se volvió temerario.
    En un segundo ya estaba evaluando la situación. Kárkamal no era gnomo que se quedara sentado esperando que los acontecimientos lo superaran.
    -Si los trolls tropiezan con alguna galería es posi­ble que, si no se extravían y mueren de inanición en algún laberinto sin poder hallar la salida, lleguen hasta nuestro valle. Pero, también, en las galerías se deberán enfrentar con numerosos peligros.
    -Como las bestiarañas, por ejemplo -dijo Surko-. Claro que estas criaturas también se opondrán a nuestro paso y harán todo lo posible por convertir­nos en sus almuerzos si decidimos atacar a los trolls en el corazón de la montaña.
    -Así es -dijo Kárkamal, aliado ya con Surko en la elaboración de un plan para contrarrestar la acción de los trolls-. Pero se podría empujar a los trolls  hacia las bestiarañas… si encontráramos la forma. Mañana, a primera hora, todos comenzarán a acon­dicionar las armas. Arcos, flechas, lanzas, espadas, cuchillos, puñales, redes, escudos, hachas, cuer­das… todo deberá estar limpio, reluciente y en con­diciones de uso. Lo que no sirva deberá ser reem­plazado. Yo comandaré las acciones. ¿Hay alguna oposición?
    Nadie osó oponerse, por supuesto. Nadie dudaba de la capacidad de Kárkamal, a pesar de su edad, para llevar a cabo una acción como la guerra contra los trolls.
    -Surko…
    -Sí, Kárkamal -contestó Surko con rapidez.
    -Tú serás mi lugarteniente. Y búscate ya mismo un ayudante.
    Surko se puso rojo por el orgullo que le daba su nombramiento, infló el pecho y dijo:
    -Terko.
    Terko se puso rojo, infló el pecho y dijo:
    -Sí, señor. Sí, señor -mirando primero a Kárka­mal y luego a Surko.
    -Encárgate de distribuir las tareas en diferentes grupos -le indicó Kárkamal a Surko-. Un grupo de­berá ayudar a Iterbio, el herrero, a forjar nuevas armas. Un segundo grupo deberá tejer redes, cuer­das y fabricar escudos. Otro grupo deberá encar­garse de construir más arcos, flechas y lanzas. Un cuarto grupo deberá encargarse del acopio de ali­mentos: nueces, almendras, avellanas, hongos que deberán secar, todo tipo de vituallas que no se es­tropeen con el tiempo, plantas medicinales, etcétera. Y un último grupo se encargará de juntar en el Arroyo Dorado las piedras amarillas que enloque­cen a los hombres.
    -¿Por qué? ¿Para qué, Kárkamal? -preguntó Surko, extrañado.
    -Porque debemos tener los medios necesarios para contratar a un ejército de hombres, si esto fuese necesario para combatir a los trolls.
    -Los hombres son muy peligrosos, Kárkamal. Son capaces de matar por esas piedras. Son ambi­ciosos, envidiosos, brutales…
    -Ya lo sé, pero los trolls les temen. Son más san­guinarios que los trolls cuando se lo proponen. De cualquier manera, es una posibilidad a la que sólo recurriremos en última instancia.
    -Nos queda otra posibilidad, Kárkamal.
    -¿Cuál? -preguntó el gnomo viejo y sabio, fin­giendo que ignoraba aquello a lo que Surko hacía referencia.
    -Tú sabes, Kárkamal. La magia.
    -La magia… ¡Ah! ¡Cuánto hace que no recurro a la magia! ¿Podré hacerlo todavía? ¿Tendré la fuerza necesaria? ¿Podré traer a mi mente las palabras que no uso desde hace tanto tiempo?
    -Tú sabes que sí, si te lo propones. Además, es la última posibilidad.
    -Te equivocas, Surko. Hay una última, última, ultimísima posibilidad. Pero, si nos atrevemos a usarla, Tenebrae, que jamás ha podido establecer con certeza si el Diamante Negro es sólo un mito o si existe realmente, terminará por saber que es real y tratará entonces por todos los medios a su alcance de apoderarse de él y acabará por siempre con el mundo tal cual lo conoces tú, Surko, tal cual lo co­nozco yo y todos vosotros.
    -¿Y cuál es esa posibilidad tan eficaz, pero tan peligrosa a la vez?
    -El Diamante Negro, Surko. El mismísimo Dia­mante Negro.



    Aquí, en este punto, se hace necesario establecer algunas precisiones sobre la historia que nos ocupa. Sobre todo, tratar de arrojar alguna luz acerca del Diamante Negro, repasando aquella información que, entre leyendas y datos verídicos cien por ciento comprobables, ha llegado hasta la época en que transcurre este relato.
    En el Principio de Todo, tal como lo consignan las tradiciones de estos parajes, el Caos reinaba so­bre este mundo. Cielo y tierra se confundían, tierra y agua se entremezclaban, días y noches se sucedían a intervalos absolutamente irregulares, y terremotos y maremotos, tifones y erupciones volcánicas asola­ban un mundo todavía inhabitado; e inhabitable, por cierto. Tras la separación de las tierras y las aguas, con debilidad al principio, con una fuerza arrolla­dora después, se instaló la vida sobre el planeta. Pero la Tierra aún giraba sin ton ni son y el Sol de repente calcinaba los vegetales y algunas incipientes formas animales durante días -aunque los días aún no estaban delimitados tal cual los conocemos- o desaparecía de algunas regiones por noches y no­ches sumiéndolas en la oscuridad; y más tarde, sin el beneficio de la fotosíntesis, en la podredumbre. Se hacía necesario entonces regular la actividad de la luz solar imprimiéndole al nuevo planeta una ro­tación coherente a fin de que la vida se viera benefi­ciada por el brillo vital durante cierto tiempo y pri­vada de éste durante otro, en el equilibrio justo, per­fecto, para asegurar por fin la llegada de formas superiores de vida.
    Así fue creado el gigantesco Diamante Negro.  Aquello Que Organiza, El Orden Esperado, o sim­plemente Eso, Aquello o Lo Esperado, fueron nom­bres, algunos de los nombres que en un principio se aplicaron, cuando todavía era nada más que una presunción, al Diamante Negro.
    Dicen que en los primeros tiempos descansaba sobre la cima de un monte de Anatolia donde miles y miles de años más tarde habría de encallar una nave que transportaba consigo todas las formas de vida del planeta. En Anatolia, claro, dicen los gno­mos, que no por nada significa “salida del Sol”.
    Allí, en Anatolia, comenzó a regular los ciclos de la Tierra alrededor del Sol, el Diamante Negro.
    Pero, no todos los habitantes del planeta estaban conformes con este orden de las cosas, con esta re­gulación de la luz tan beneficiosa para la inmensa mayoría. Las Huestes del Mal -y no hablamos aquí de una alegoría, de una metáfora- desde siempre, desde el Principio de Todo, conspiraron tratando de entorpecer los beneficios que comenzaban a llegar a este mundo. A veces, con un fin determinado; a veces, muchas más, por el simple afán de empeo­rarlo todo. Así, trataron de apoderarse del Diamante Negro, llamado Aquello o Lo Esperado por esos días, siniestros personajes como Alitah, el del corcel negro que volaba, que jamás pisaba el suelo, ya que era sabido que donde pisaba este corcel jamás vol­vía a crecer la hierba, y eso delataba, contra la vo­luntad de su amo, la presencia del Mal. Alitah fue derrotado, pero sólo después de someter a pueblos y pueblos a sus designios, por varios ejércitos. Nótese que se especifica “varios ejércitos”. Era la única forma de vencer a Alitah, el que volaba en su cor­cel, por lo menos al personaje que se conocía como Alitah, ya que se sospecha que antes, o después, o en forma simultánea a veces, había encarnado, o encarnaba o reencarnaba en otros seres igualmente diabólicos, como Lethir, que también sometió a pueblos y pueblos, que también pretendió apode­rarse del Diamante Negro y que también había sido derrotado tras la unión de varios ejércitos.
    Los gnomos saben, siempre lo supieron, que el Mal siempre fue uno solo. Tenebrae, el temido, el odiado Tenebrae, fue Alitah, fue Lethir, fue Helio­gábalo, fue Halucard; y siempre, siempre, una “h”, una inocente letra “h”, llámese casualidad o desig­nio supremo, pretendió hacer saber al resto de los mortales que estaban en presencia de seres con algo innombrable.
    En ellos estaba la esencia del Mal y la “h” los identificaba. Excepto a Tenebrae, nombre con el que los gnomos designaban a este ser que jamás habían conocido -es imposible decir que jamás habían tenido el placer de conocer- hasta tanto no supieran su verdadero nombre, que, con absoluta seguridad, tendría una “h”. Sólo así, conociendo su verdadero nombre, era posible derrotarlo. Mientras lo identificaran solamente como “Tenebrae”, sólo podrían luchar contra él indefinidamente, sin tener la certeza jamás de haberlo derrotado.
    Así, con el fin de establecer su verdadero nombre para vencerlo al fin, los magos habían realizado sucesivos encantamientos nombrando a Tenebrae como El Mhal, La Hoscuridad, El Ser Hoscuro, El Señor de las Thinieblas, El Hamo de la Hoscuridad, El que Todo lo Confhunde, El Sinhiestro, y miles de nombres más colocando la “h” en todos los lugares posibles, que no arrojaron resultados satisfactorios. Y Thenebrae, Tenhebrae, Tenebrahe, fue luego Te­nebrae a secas, sin “h”, y así sería llamado por los gnomos hasta que se pudiera conocer el verdadero nombre de este ser que controlaba a trece Jinetes sin Cabeza que hacían las veces de sus lugartenientes.
    Estos trece jinetes fueron en un principio trece hombres con sus respectivas cabezas coronando sus cuerpos, que el malvado Tenebrae había reclutado  escogiéndolos entre muchos seres abominables y luego de haber observado que entre todas las criatu­ras del planeta había una que podía ser la más tene­brosa, la más maligna, la más perversa de todas ellas si se lo proponía: el hombre. Y fueron recom­pensados por sus macabros servicios como el ejér­cito personal de Tenebrae con fortunas incalculables y placeres sin medida. El oro, el mismo oro que corría por el Arroyo Dorado en el Valle de Aquende, compraba sus conciencias y todo lo podía, aun lo más aberrante. Pero, la ambición de estos trece hombres fue mayor que las riquezas y los be­neficios que Tenebrae les dispensaba generoso y conspiraron contra su amo para obtener algo más que bienes materiales.
    Los trece hombres querían el Poder. El Poder inconmensurable y maléfico de Tenebrae. En sus mentes enfermas de ambición vislumbraban una sola ecuación: Poder es igual a más riquezas; más riquezas es igual a mayor Poder. Tenebrae tronchó entonces de un solo movimiento las ambiciones de estos trece jinetes. Los alineó frente a él montados en sus caballos simulando encomendarles una mi­sión y la hoja de una cimitarra de trece metros de largo manejada en apariencia por el viento, cuenta la leyenda, voló a la altura de sus cuellos y las trece cabezas rodaron por el polvo. Pero, los trece jinetes, por voluntad de Tenebrae, no murieron. Les dio vida a sus cuerpos uniéndolos con sus cabalgaduras y conformando trece nuevas criaturas; dotó a los corceles de una mayor comprensión y así convirtió, ya sin recompensa alguna, a estos otrora trece hom­bres en trece esclavos fieles, absolutamente conse­cuentes -y obsecuentes también- a su entera disposi­ción. Y a partir de ahí, ya no hubo más cuestiona­mientos. Después se abocó por entero a la misión que lo consumía desde que el Diamante Negro había desaparecido de Anatolia: ubicarlo, apode­rarse de él, controlar el planeta, el día y la noche, la luz y la oscuridad, la vida y la muerte, y sumergir a todo ser viviente en el más espantoso de los mun­dos.
    Así llegamos hasta los días en que transcurre esta historia. El Diamante Negro, desde la época de la Gran Lluvia, ya no reposa en Anatolia, sino en las entrañas de las Montañas Dwarfs. Los gnomos lo vigilan desde hace muchas, muchas generaciones  y Tenebrae intenta conocer su paradero, aunque la­mentablemente para él, tampoco tiene la certeza absoluta de su existencia. El mundo cumple en forma rutinaria con su ciclo alrededor del Sol y gira sobre sí mismo cada veinticuatro horas. Si el Dia­mante Negro sigue permaneciendo en su sitio, tal cual está orientado desde hace milenios, el Mundo seguirá su ritmo y nada cambiará. Pero, si cae en manos de Tenebrae nada volverá a ser tal como los gnomos y las otras criaturas que habitan el planeta conocen. Los beneficiados serán sólo los seres de las sombras. Los arroyos se tornarán pestilentes, el aire irrespirable y fétido, los tejidos de todo ser vi­viente se licuarán en ríos putrefactos y las aguas serán un veneno maloliente por la descomposición de animales y vegetales.
    El Mal, la oscuridad, la peste, reinarán sobre el Mundo. Un mundo muerto, oscuro, silencioso, abo­minable.


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